Carretera Austral ¿la Ruta Más Espectacular Del Planeta?

21 Ene, 2021

Por Dani Keral en www.traveler.es .

Casi todos los accidentes geográficos de la Tierra se suceden a lo largo de su trazado.

Es abrupta, vertiginosa, casi agresiva; asfaltada por momentos, de ripio, tierra y barro en su gran mayoría. Como un animal nocturno, se desliza entre fiordos y glaciares, volcanes y cordilleras, lagos con complejo de océano y ríos tan azules que competirían con cualquier playa de Filipinas.

Construida por un dictador con nombre de cuento –o de payaso–, el suyo tiene el rasgo común que solo alcanzan los lugares épicos, aquellos que se quedan clavados con una chincheta en algún lugar entre el cerebelo y las pupilas. Y, sin embargo, muy pocos la conocen.

Se llama Carretera Austral, mide 1240 kilómetros y es uno de los motivos por los que Chile podría ser el país más hermoso del planeta.

LA CARRETERA AUSTRAL, UN ESCAPARATE PLANETARIO

Existen dos Patagonias: una –la argentina– es plana, árida, casi infinita. La otra –la chilena– es violenta, dentada, rebosante de vida.

Los Andes son los causantes de esta diferencia: a un lado, la pampa inmensa; al otro, la superficie irregular de un trozo de corteza terrestre que se arruga como un acordeón a golpe de erupciones volcánicas y terremotos.

Y en medio de todo ese caos terráqueo, la Carretera Austral.

La ciudad de Puerto Montt era el último punto del Chile continental al que llegaban las rutas. Desde allí ya solo se podía continuar en barco o dar un monumental rodeo por el país vecino y su pampa infinita.

La Carretera Austral es una de las vías más extrañas del planeta. La culpa de todo la tiene la orografía chilena –un dolor de cabeza para cualquier ingeniero– con sus recovecos, sus fiordos, sus glaciares y sus volcanes.

Ya casi desde su inicio, a 50 kilómetros de Puerto Montt, la Austral tiene que renunciar a su trazado: uno de los tantos fiordos y brazos de mar que perforan la costa obliga a cambiar a un medio de transporte que ya se ha convertido en seña de identidad del sur chileno, el barco transbordador.

Hasta cuatro cortes se producen durante el recorrido, obligando a camiones, autobuses, coches y peatones a avanzar al ritmo lento de las mareas.

Recorrer la Carretera Austral es como pasear por un escaparate planetario: casi todos los accidentes geográficos de la Tierra se suceden a lo largo de su trazado.

Primero llegan los bosques de alerces milenarios –especies que pueden alcanzar hasta los 3.600 años– de los parques nacionales Alerce Andino y Hornopirén. Acotados entre fiordos, estos bosques son las primeras atracciones que el viajero austral encontrará durante el recorrido.

Pero la atención pronto derivará a otro lugar: los volcanes Michinmahuida, Chaitén, Corcovado y Melimoyu saludan al viajero recordándole que se encuentra en tierra salvaje y que allí el que manda es el planeta Tierra (como ocurrió en la erupción del Chaitén en 2008, que convirtió la localidad homónima en una ciudad fantasma) .

Muy cerca de Chaitén se encuentra otro parque nacional, uno con una historia personal de filantropía, desconfianza y escepticismo: el parque Pumalín Douglas Tompinks. Con la vida de Douglas Tompkins se podría filmar una película.

Fundador de las marcas North Face y Esprit, centró su actividad en los deportes de aventura y fue en Chile donde encontró su jardín del Edén. Esto le llevó a dejar el mundo de los negocios y volcarse en la conservación y la ecología.

Bajo el lema de que se podía vivir de los bosques sin talarlos, su primer paso fue comprar 17.000 hectáreas –en lo que hoy día es el parque Pumalín– para proteger el bosque nativo de una tala descontrolada.

A ello le siguieron más compras de terrenos en otras partes del sur chileno. Estos movimientos generaron escepticismo y oposición política, provocando cierta desconfianza social. Tuvieron que pasar años hasta que se empezó a creer en sus buenas intenciones.

En diciembre de 2015, abandonada la vida ambientalista y en trámites de cesión al estado de Chile de gran parte del Pumalín, Tompkins murió tras sufrir una hipotermia al volcarse su kayak en el lago General Carrera (el lago con complejo de océano) , uno de los grandes puntos de interés del trazado de la carretera Austral.

Tenía 72 años cuando se despidió haciendo una de las actividades que le habían llevado hasta aquel lugar remoto de la Tierra.

GLACIARES COMO SETAS

Es extraño para alguien que no está acostumbrado a verlos. Cuando se supera el lago Yelcho, poco después de la ciudad reconstruida de Chaitén, comienzan a aparecer a ambos lados de la carretera, encaramados a las montañas.

Son glaciares, cuyas lenguas –en algunos casos muy consumidas por el aumento de temperatura terrestre–, anuncian la llegada a regiones más frías.

Es precisamente un glaciar el siguiente punto de interés en la ruta. Se trata del ventisquero Colgante o Queulat, un glaciar con espíritu de escalador.

Ubicado cerca de la aldea de Puyuhuapi –fundada por colonos centroeuropeos, cuya impronta se puede ver en la arquitectura local–, el Queulat es uno de los glaciares más espectaculares del mundo por su localización: encaramado a una cornisa, parte de su lengua “cuelga” de la montaña escupiendo el hielo derretido en dos imponentes cascadas.

Tras los glaciares, llega un poco de calma en la ruta. Coincidiendo con los tramos finales de asfalto de la Carretera Austral, la vía llega a Coyhaique, la última gran ciudad del camino.

A partir de aquí, en pocos kilómetros comenzará el ripio –que continuará hasta el final de la ruta, en Villa O´Higgins– y un rosario de pueblos y aldeas desperdigadas entre lagos y montañas.

Montañas como Cerro Castillo, un pico prominente que guarda una brillante laguna cerca de su cima, y lagos como el increíble General Carrera, el lago que se cree océano.

EL LAGO-OCÉANO QUE CRUZA FRONTERAS Y EL CAMPO DE HIELO PATAGÓNICO NORTE

Chile y Argentina no se ponen de acuerdo ni para poner nombre a los lagos. Eso es lo que ocurre con el General Carrera/Buenos Aires, dos nombres que, en realidad, no explican nada, ya que solo hacen mención a la parte que corresponde a cada país del que es el segundo lago más grande de Sudamérica.

El pueblo tehuelche –originario de la zona– sí que supo llamar a las cosas por su nombre antes de que ambos países existieran. Chelenko (aguas turbulentas) fue el nombre que utilizaron para reconocer aquella masa de agua de 978 kilómetros cuadrados que produce olas de hasta tres metros por el azote de los vientos patagónicos: un océano en mitad de los Andes.

Esas aguas turbulentas del Chelenko –las mismas donde Douglas Tompkins perdió la vida– son la gran joya que atrae a cientos de viajeros hasta esta zona gracias a su color azul turquesa, que haría palidecer al de las mejores playas del Pacífico.

Pero sus aguas encierran también varios tesoros de piedra. Puerto Río Tranquilo, a orillas del Chelenko, es uno de los puntos turísticos más importantes de la Carretera Austral.

Lo es por dos motivos. El primero, por ser el punto de salida de las –muy– numerosas expediciones en barca que llevan a los turistas hasta las capillas de Mármol, un conjunto de cuevas excavadas en la superficie marmórea de las paredes del Chelenko.

El segundo motivo es que Río Tranquilo es el lugar poblado más cercano a uno de los territorios más salvajes de la Patagonia chilena: el campo de hielo patagónico norte.

Se conoce como campo de hielo patagónico norte a una vasta extensión de hielo glaciar situada en la región chilena de Aysén.

Un apelotonamiento de hielos milenarios de 4.200 km². Bastante más pequeño que el gigantesco campo sur (16800 km²) , el campo de hielo patagónico norte es conocido, sobre todo, por la presencia del ventisquero San Rafael, el glaciar a nivel del mar más cercano al ecuador en el mundo.

Es en este punto, a partir de Puerto Río Tranquilo, cuando la Carretera Austral pasa a una nueva fase de su trazado: la de escurrirse de la mejor forma posible entre los colosos montañosos del campo de hielo –al oeste– y la cordillera andina –al este–.

Una tarea nada fácil que, como compensación, premia al viajero austral con los mejores paisajes de todo el recorrido.

SIGUIENDO AL BAKER HASTA CALETA TORTEL

Para los que están acostumbrados a ver ríos, pocas veces encontrarán uno con el color del Baker. Nacido de las aguas turquesas del General Carrera (perdón, Chelenko) , el río Baker –se pronuncia ‘baquer’, así como suena– acompaña a la Carretera Austral durante los primeros kilómetros después de su nacimiento.

Esto es un auténtico peligro para todo el que se siente al volante: la mirada se dirige, de forma inevitable, hacia esa franja azul imposible que discurre paralela a la carretera.

Pero la belleza tiene fecha de caducidad: a los pocos kilómetros, el Baker recibe al grisáceo Nef como afluente, haciéndolo más caudaloso pero pagando un caro tributo a cambio: perder parte de su azul virginal.

Reducida la atracción del inicio, el viajero austral vuelve a centrar su atención en las montañas que se levantan a ambos lados de la carretera, mientras el Baker se separa del trazado de la ruta.

Lo que parecía un divorcio inevitable, se convierte en inesperada reconciliación a pocos kilómetros de la bifurcación que conduce hasta la joya sur de la ruta Austral: Caleta Tortel, el pueblo de las pasarelas

Es difícil creer que, tras haber visto bosques milenarios, volcanes puntiagudos, glaciares colgantes y lagos y ríos turquesa, una aldea construida por humanos pueda sorprender la ya sobre-estimulada atención del viajero. Eso es lo que ocurre con Caleta Tortel.

Ubicado en el delta del Baker y rodeado de islas y fiordos, Caleta Tortel sobrevive a base de pasarelas de madera en un entorno donde saldría más a cuenta haber nacido con alas o con branquias.

Fundado en 1955, Caleta Tortel no supo lo que era un coche hasta el año 2003, momento en el que se construyó la conexión con la Carretera Austral.

Hasta ese momento, todos los desplazamientos se hacían por aire y, sobre todo, por mar, conectando con las localidades de Puerto Montt (a dos días de navegación hacia el norte) y Puerto Natales (a casi tres días de navegación hacia el sur) .

Esa conexión marítima con Puerto Natales convierte Caleta Tortel en uno de los tres puntos clave de conexión del límite sur de la Carretera Austral. Los otros dos son Puerto Yungay, el que fue durante décadas el final de la carretera Austral, y Villa O´Higgins, el ansiado punto final de todo viajero austral.

VILLA O’HIGGINGS, O CÓMO PARAR AL ENEMIGO

Villa O´Higgins nació en 1966 como localidad tapón. En la eterna –y enfermiza– lucha fronteriza patagónica entre Chile y Argentina –que un año antes había provocado la muerte de un carabinero en el llamado “conflicto del lago del Desierto” –, el estado chileno decidió fundar una ciudad allí donde solo había un par de casas.

Como quien realiza un movimiento de ajedrez, los pobladores de la zona, que durante décadas habían estado habitando un lugar sin nombre, se convirtieron en los fundadores de Villa O´Higgins, la ciudad que serviría de tapón frente al incómodo vecino.

Ubicado en mitad de la nada, al norte de otro lago de nombre bicéfalo (O´Higgins/San Martín) , Villa O´Higgins salió de su aislamiento terrestre en 1999, cuando se finalizó el tramo de 111 kilómetros que lo unía con Puerto Yungay.

Convertido en hito final de una de las carreteras más espectaculares de la Tierra, Villa O´Higgins es el lugar soñado para cualquier humano con ganas de aventura: rodeado de lagos y montañas y en los límites septentrionales del campo de hielo patagónico sur, la tercera extensión de hielos continentales más grande del mundo–tras la Antártida y Groenlandia–.

De esta gigantesca área de 350 kilómetros de longitud se desprenden un total de 49 glaciares, repartidos entre Chile y Argentina –entre los cuales se encuentra el celebérrimo Perito Moreno uno de los más pequeños del grupo, comparado con los masivos Viedma (978 km²) o Pío XI (con 1265 km², el mayor del hemisferio sur fuera de la Antártida) –.

De Puerto Montt a Villa O´Higgins. 1.240 kilómetros de recorrido por uno de los lugares más salvajes del planeta, haciendo slalom entre volcanes y glaciares por una ruta que sueña con seguir creciendo hasta conectar con el auténtico límite sur del país –y del continente–: Puerto Williams, en isla Navarino, la nueva ciudad del fin del mundo.

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